martes, 7 de mayo de 2013

El Duque y la Diva




Ustedes saben que me gusta la ópera. Si hubo un apasionado del bel canto que me contagió su afición, fue mi amigo don Manuel Gutiérrez Nájera.

Gutiérrez Nájera fue, antes que cualquier otra cosa, un cronista de espectáculos. De los mejores que han existido en la historia de México. Escribió bajo distintos seudónimos. El Cronista, Puck, Junius, Recamier y, por supuesto, El Duque Job, fueron los más conocidos. Lo hizo en unos 60 periódicos y revistas. El Diario Germánico, El Universal, El Mundo, El Tiempo, El Hijo del Ahuizote, El Partido Liberal y, por supuesto, la Revista Azul.

Y de lo que más le gustaba escribir era de las artes escénicas. De hecho, en música prefería a los compositores de ópera y zarzuela que a los de sinfonías y conciertos.

Ante todo, Gutiérrez Nájera era un adorador de las divas operísticas. Es conocida su admiración por Louise Theó, la diminuta reina de la opereta. Recordemos que, en su famoso poema, compara los ojos de La Duquesa Job con los de la Theó, y sus parpadeos “maliciosamente candorosos”.

Pero donde la fascinación con una artista llegaba al embeleso, el frenesí, era con la máxima soprano de nuestros tiempos, Adelina Patti.
El Gran Teatro Nacional de México

En 1885 corrió el rumor de que la Patti vendría a México, y daría conciertos en el Teatro Nacional. El Duque Job tenía el ánimo extasiado. La mala suerte quiso que aquel rumor fuera falso. Peor, un vivales que se hizo pasar por agente de la Patti, vendió cientos de boletos. Uno al Duque.

Pero a finales de 1886 se confirmó la noticia. Adelina Patti cantaría en el Nacional en diciembre y principios de enero del 87. 

La Patti vino a México en el esplendor de su carrera. Nada como los Stones o Paul McCartney, que vinieron nada más a regar la polilla.

¿Qué tan famosa era Adelina Patti? Baste decir que cobraba, en términos reales, más de lo que llegó jamás a cobrar Luciano Pavarotti.

¿Y què tan diva era? Baste decir que era la primadonna por excelencia. Voluble, dada a los lujos. Se dice que exigía para su desayuno lenguas de canario. Un sándwich con 14 lenguas, para ser precisos.

Como no había preventa con tarjeta de crédito –puesto que no las habían inventado- las colas en las taquillas fueron de una longitud escandalosa. Lamento decir que no alcancé boleto. Pero Gutiérrez Nájera sí, amparado en su calidad de jefe de redacción de El Partido Liberal.

En esos días había tumultos frente al Hotel Iturbide –hoy Palacio de Iturbide- donde se hospedaba la cantante. Los fans querían verla.

Adelina Patti, la Diva
En una ocasión, apenas salió la Patti del hotel, un fanático de la ópera, un lagartijo de nombre José Hernández, se lanzó frente a su carruaje. Don José no tenía boleto, así que le pidió a la diva al menos el honor de poder jalar su carro rumbo al teatro. A la Patti eso le parecía de lo más natural.

Gutiérrez Nájera salió extasiado del teatro. Igual se hubiera lanzado frente al carruaje si no hubiera tenido una reputación que defender.

“Imaginaos un perfume que se oye… imaginaos una evasión de mariposas de cristal que chocan sus alitas en el aire… “, escribió. “Esa voz hace frisos de la Alhambra con las moléculas del aire. Es un encaje que canta”, decía su crónica de El Partido Liberal.

Adelina volvió en 1890. Misma expectación. Mismas colas interminables y precios irracionales (pero sí conseguí boleto). Misma infatuación de Puck…

La capacidad lírica de la Patti me conmocionó, y eso que yo era el caballero cursi de las últimas filas. Una soprano de coloratura más que aguda, impresionante. Luego me enteré que la diva acaparaba para sí incluso papeles que correspondían originalmente a las mezzosoprano. Estos roles tardaron décadas en volver a las cantantes de rango medio. Tan grande era la influencia de la señora.

Gutiérrez Nájera estaba como narcotizado por la mujer y su belleza. Puck escribió en El Universal: “Oíros es entrar a la misteriosa gruta de Aladino cuajada de piedras preciosas”, le escribía, como un amante que sabe que jamás será correspondido.

Años después, corría 1894, me encontré al Duque muy entristecido. Había corrido como reguero de pólvora la noticia de la muerte de Adelina Patti. Esa vez todo lo que alcancé a hacer fue ponerle una mano sobre el hombro al ya para entonces diputado porfirista.

La Patti, vivita y coleando
Ustedes saben que en Tuita a cada rato aparece la noticia de que RIPMadonna, RIPJustinBieber, RIPChespirito. Igualito pasó en 1894.

La noticia de la muerte de la Patti resultó ser lo que llaman los periodistas un “borrego”. La que se murió fue una señora Patey, que cantaba oratorios. El problema fue que ese “borrego” fue publicado en todos los periódicos serios de la capital. No hay nada nuevo bajo el sol.

Para El Duque Job aquello fue como una fiesta. “¡No era el ruiseñor, no era la alondra!”, “La Muerte no ha cometido todavía el sacrilegio de herirla”. Incluso parecía feliz de que hubiera fallecido la vulgar y desconocida señora Patey. Hacía multitud de chistes al respecto.

Luego elucubraba y afirmaba que, a diferencia de escultores, pintores o literatos, la obra de los cantantes desaparecía para siempre, “se borra del mundo”.

Gutiérrez Nájera no desconocía el fonógrafo, “la máquina que canta, ríe y llora”, y se contradecía.   Antes había escrito que la voz de la Patti, a través de ese instrumento, serviría a las señoras en labor de parto (“La Patti comadrona y Edison partero”, se llamaba el artículo). Ahora afirmaba que de ese instrumento queda “la sombra de voz, no la voz misma… cuando (la Patti) muera en realidad, se habrá ido toda ella”.

Era una manera de decirse que él era un privilegiado de una generación privilegiada. Tal era su amor por la diva.

No pasó un año de eso, que la muerte se llevó al Duque, quien aún no cumplía los 36 años.

El y yo una vez pasamos frente al Teatro Principal y le exclamó al edificio: “Tú no me verás de viejo”.  Tenía razón. Gutiérrez Nájera era hemofílico.

Adelina Patti, en cambio, vivió hasta 1919. Durante años compartió opinión con El Duque y se negó a grabar su voz en fonógrafo. Ya en el ocaso de su carrera, cuando tenía 63 años, accedió y grabó varias canciones. Dicen los que saben que ya no era lo mismo. Pero a la diva le encantó. “¡Oh mi Dios, ¡Ahora comprendo por qué soy la Patti!... ¡Qué voz! ¡Qué artista! ¡Lo comprendo todo!”, exclamó al escuchar su voz por primera vez en el fonógrafo.


Aquí, Adelina Patti canta Voi che sapete, de Mozart.


Y aquí, muy vivaracha, canta La Calesera, en español.

 Se dice que en el castillo de Gales donde la cantante vivió sus últimos días, ronda el fantasma de Adelina Patti.

 Lo que es seguro es que por la calle de Plateros ronda el del Duque Job.
 








3 comentarios:

  1. Gracias por estas historias Don Susanito... Me ha hecho enterarme de la existencia de esta gran diva...

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  2. Otra fascinante historia y gran recuerdo Don Sus. Y una pensando que el fanatismo es fenómeno reciente. Gracias por tomarse el tiempo para ilustrarnos más. :)

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  3. Hola, tienes alguna referencia bibliográfica o similar respecto a esta gran historía ? me gustaría documentarla en un proyecto.

    Saludos

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