lunes, 29 de octubre de 2012

Jesús F. Contreras y Malgré Tout!




Un día, hace ya muchos ayeres, mi amigo Federico Gamboa me invitó a que lo acompañara de visita al estudio de don Jesús F. Contreras. Para mí, eso era un honor, ya que Contreras era considerado, a fines del Siglo XIX, el máximo escultor de México. Creo que lo sigue siendo.

Don Jesús, mi coetáneo, había sido una especie de niño genio. A los 14 años ya estaba en la Escuela Nacional de Bellas Artes; a los 17, en París.  A su regreso, Contreras colaboró en la fundición de la estatua de Cuauhtémoc, y casi pierde un pie cuando le cayó encima un chorro de ignición.

Esta obra, inaugurada en 1887, es sólo una de las muchas que le debemos a don Jesús.

Contreras tenía una visión no sólo romántica, sino también empresarial del arte. De ahí que haya establecido la Fundición Artística Mexicana. Este era un tremendo taller, del que salían muchas obras de bronce, casi todas dedicadas a héroes nacionales, que están esparcidas por la provincia. Hay estatuas de Contreras en Chihuahua, Jalisco, Coahuila, Puebla (muy notables), Guanajuato, Zacatecas y, obvio, en su natal Aguascalientes. Pero también allí se fabricaban obras de otros autores. Fue una etapa fecunda de la escultórica mexicana.

En otras palabras, don Jesús vinculó su taller artístico con el proceso de industrialización que vivía el país bajo don Porfirio Díaz. Esto se ligaba al peculiar nacionalismo liberal de la época. El culto broncíneo a los héroes patrios con cierto gusto estético francés. 

Hermenegildo Galeana
Ponciano Arriaga
Jesús F. Contreras es autor de 20 de las estatuas de bronce que engalanan Paseo de la Reforma. Todas en pose distinta. Entre ellas destacan, a mi gusto personal, las de Ponciano Arriaga y Hermenegildo Galeana.

 Originalmente, se pensó en alternar los jarrones ornamentales con figuras de la mitología. Se descartó esa idea a favor de los héroes de Reforma.

Sobra, entonces, comentar que el escultor gozaba de una bien ganada fama cuando lo visitamos. Era un figurón.

Yo conocía a Contreras de las reuniones de los modernistas, pero debo decir que él estaba en el centro de ellas y yo en la absoluta periferia.

El estudio de Contreras estaba pegado a los talleres de la Fundición Artística Mexicana, y era una cosa enorme, abrumadora. 

El estudio de Jesús F. Contreras
Allí había decenas de bustos y estatuas de bronce, mármol y yeso, había pinturas maravillosas y otras de menor calidad, unas colgadas, otras pegadas al muro. También había espadas, tambores, tibores, plantas en macetas sobre columnas dóricas, cascos, copas, bailarinas de Lladró, baratijas, bisutería. 

Había libros en los más recónditos rincones, un mueble bretón que según Jesús perteneció a Lord Byron, grandes tapetes, gruesos cortinajes ornamentales…

Era un ambiente recargado, pero también de bodega. Había un amplio espacio que el artista usaba para sus obras íntimas, las de mármol.
Otra vista del estudio de Contreras

Y en el centro, dominándolo todo, la mesa de trabajo, coronada por un cráneo humano.

Don Jesús nos dio un breve recorrido por el estudio, para que viéramos su consumada estética del desorden acumulativo. Luego hizo traer brandy y puros.

La conversación versó sobre muchas cosas y ninguna (en el fondo, don Federico me estaba haciendo el favor de mostrarme el atelier del maestro). Puedo decir –esa fue mi impresión de la visita- que Gamboa, más que tener afecto por Contreras, lo admiraba. Y presumía ante mí su cercanía con él.

Poco después, el cáncer fibroso avanzaría sobre el cuerpo del escultor, afectándole el brazo derecho, con el que blandía el cincel.

Aún así, Contreras ganaría el Gran Premio de Escultura en la Exposición Universal de Paris en 1900. La obra que lo hizo merecedor del premio, y de la Cruz de la Legión de Honor Francesa se llama “Malgré Tout!”: ¡A pesar de todo!

Una mujer desnuda, yaciente, encadenada, que lucha por zafarse de sus cadenas y por mirar al cielo, en lucha desesperada. Al verla, da la sensación de que la mujer quiere zafarse de la piedra que la encadena y encarnar, volverse humana y viva. Un prodigio…

Mi gran amigo Amado Nervo afirmó que Jesús F. Contreras había esculpido la maravillosa estatua sólo con la mano izquierda.

Le pregunté a don Amado Nervo por qué, si Malgré Tout! es de 1900 y no fue hasta París que le amputaron el brazo a don Chucho.

“Piense usted, don Susanito”, me dijo Nervo, “su brazo era una gran masa de partes blandas en crecimiento progresivo. No estaba amputado todavía, pero ya le era inútil. Por eso el tema de la mujer encadenada y mirando al cielo. ¡Y el título!”

    
Don Jesús F. Contreras,
Otro amigo mío, el doctor Manuel Flores, escribiría que Contreras pertenecía a una estirpe rara: la de los sentimentales con pujanza. Llamó a Malgré Tout! “ejemplo inmortal para todos los pusilánimes y para todos los descorazonados”.

No es casual que el proemio de “Santa”, de Gamboa, esté dedicado al escultor. El personaje le pedía a Jesús F. Contreras que hurgara su corazón. Lo tenían que hacer ambos desde la otra vida. Santa fue publicada en 1903. Don Jesús había muerto el año anterior, a los 36 años.


Se preguntarán qué sucedió con todas las obras, tapetes y bibelots que don Jesús guardaba en su estudio. La viuda montó una sala de remates.


 El gran compositor Manuel M. Ponce intituló “Malgré Tout!” una melancólica composición de piano escrita exclusivamente para mano izquierda.






Postscriptum:

"Malgré Tout!" estuvo por muchos años exhibida, en su original, en la Alameda capitalina. Yo solía invitar a amigos y contarles la historia. Hasta que un día no la vi. La pasaron al MUNAL para protegerla del vandalismo ignorante que la grafiteó. A cambio, pusieron unas copias bien gachas en metal, que no tenían la cachondería ni el toque exacto del mármol. Un chasco.

Me encantaría que, al remodelar la Alameda, pusieran buenas copias en mármol de "Malgre Tout!" y "Desespoir", para beneficio de paseantes.

martes, 9 de octubre de 2012

Las estrellas negras y el Bambino


 Eran estrellas de beisbol. Eran negros. Jugaron a principios del siglo XX. Por eso pocos los recuerdan, pero hay que hacerles un espacio en la memoria colectiva, porque lo merecen.


Para recordarlos, hay que viajar al pasado. Bastante. De hecho la historia inicia en la época colonial, porque, si somos estrictos, el primer equipo de Ligas Mayores que jugó en América Latina, lo hizo en España. Los Gigantes de NY visitaron Cuba en 1890, antes de la independencia de la “siempre fiel” (a la corona) isla caribeña.

José Méndez, el Diamante Negro
Tras la guerra de independencia cubana, el primer equipo que visitó la isla fue el de los Rojos de Cincinnati, que enfrentaron al Almendares y al Habana en 1908. Los Rojos no sabían lo que les esperaba. El gran José Méndez, el Diamante Negro, los dejó en un hit (de piernas, y en la novena entrada). Ese fue el primero de 7 juegos que ganaron los equipos cubanos, por 4 de los gringos. Méndez se dio el lujo de blanquear dos veces a Cincinnati.

En 1909, los campeones Tigres de Detroit hicieron el viaje. Perdieron 7 de 12 juegos, incluido un sin-hit lanzado por Eustaquio Pedroza durante diez entradas. Algo impensable hoy en día.

Al año siguiente, los Tigers volvieron a perder la serie 7-5. ¿Dónde estaba la supuesta superioridad blanca en el beisbol, que servía como pretexto para la segregación racial en el rey de los deportes?

Ty Cobb bateó .370 en esa serie. Fue superado por tres negros gringos que jugaban para el Habana: Pop Lloyd, Grant Johnson y Bruce Petway. Esta situación hizo que Cobb, el famoso “Durazno de Georgia”, declarara que jamás volvería a jugar contra negros. Cumplió su promesa.

El patrón continuó durante los años siguientes: llegaban los equipos de Grandes Ligas a Cuba y las series terminaban divididas. En 1912, tras perder dos juegos seguidos, el famoso manager John McGraw dijo: “no vinimos aquí para que una bola de cubanos color de café nos ganen”. El mismo McGraw declaró que  hubiera pagado medio millón de dólares por tener a José Mendez y al cátcher Gervasio González en su equipo… “si fueran blancos”.

En los primeros años de visitas, el récord era 32-32, con ocho de las victorias cubanas por la serpentina de José Méndez. Las derrotas fueron tantas que Ban Johnson, presidente de la Liga Americana, prohibió más viajes: “no permitiremos que sean derrotados por equipos de color”.

En  1921 un promotor, Abel Linares, llevó a Cuba a los Gigantes de NY reforzados con Babe Ruth, a quien le pagaron mil dólares (un lanón, para la época).
Cristóbal Torriente

En esa serie, el Almendares tenía su propia versión del Bambino, el gran Cristóbal Torriente.

Torriente pegó tres jonrones en sus tres primeros turnos al bat. Babe Ruth (que también era pitcher) le lanzó al cuarto, y Torriente pegó un doblete. Sobra decir que los cubanos ganaron el duelo 11-6. Ruth recibió sus dólares; Cristóbal, 246 pesos cubanos recogidos por sus compañeros entre el público.

Torriente superó a la estrella máxima de Grandes Ligas en todas las categorías ofensivas durante la serie. Le preguntaron entonces al Bambino qué opinaba del “Babe Ruth cubano”. La respuesta de Míster George Hermann Ruth no tiene pierde: “Opino que es tan negro como tonelada y media de carbón en un sótano oscuro”.

En 1923, el lanzador cubano (blanco) Adolfo Luque ganó 27 juegos para los Rojos de Cincinnati. Fue recibido en La Habana como un héroe. Durante su desfile triunfal Luque vio sentado en una banca a José Méndez, lo invitó a subir y dijo una frase inolvidable: “Eres mejor lanzador que yo, este desfile debió haber sido para ti”. Tenía toda la razón.

José Méndez sólo fue cinco años a Estados Unidos, y no le gustó. Allí alternó de pitcher y parador en corto y ganó 2 juegos finales en Ligas Negras. Su récord en Cuba es impresionante: 78 ganados, 28 perdidos y 1.19 de efectividad. Ira Thomas, un receptor de los Atléticos que visitaron Cuba (los de la foto de arriba) dijo del Diamante Negro que era el mejor pitcher que había visto, después de Walter Johnson.

Babe Ruth y Ty Cobb, en EU, 1921
Torriente jugó 20 años en las Ligas Negras de EU, ganó tres campeonatos de bateo y su promedio de por vida fue .335. De él decía un manager contrario: “Si veo a Torriente caminando del otro lado de la calle, pienso: ‘Ahí va un equipo de beisbol’”. Murió de tuberculosis. 

Tanto José Méndez como Cristóbal Torriente son -merecidamente- miembros del Salón de la Fama, tanto en Cuba como en Estados Unidos. Pero el famoso es Babe Ruth.