martes, 24 de abril de 2012

La historia del Himno Nacional


 
El Himno Nacional Mexicano no salió de la nada. Antes del que conocemos hubo muchos himnos cívicos, que no acabaron de pegar entre la población.

Ya en 1821 hay un Himno al Heroismo, escrito por don Antonio María de Mier: “Tu luz retira, ¡oh Febo! No hace falta aquí, no; Do Iturbide aparece, la noche feneció”. En 1826 hay otro, que dice “Y de Hidalgo y Allende las glorias eternice en su historia Anáhuac”, pero hablaba demasiado de michoacanos como para hacerse nacional.

Puede verse que en esos tiempos ya se traían tremendo pleito entre quienes alababan a Iturbide y quienes a Hidalgo. Ese pleito se traducía a otro sobre la fecha a celebrar, si 16 de septiembre (1810) o 27 de septiembre (1821).

Luego el poeta cubano José María Heredia compone, con música de Ernst Wezel, un “Himno de Guerra”, que es durísimo contra España: “Vana contemple su infame perfidia el degradado avariento español y devorado su pecho de envidia felices mire a los hijos del sol”.

Recordemos que por entonces la Cuba del señor Heredia era todavía colonia española y el poeta sangraba por esa herida.

Vienen otros de los señores Tagle y Elizaga, uno más de don José Ma. Ruiz y uno del santanista Ignacio Sierra Rosso.

También Guillermo Prieto compuso, en 1839, un himno contra la invasión francesa, la “guerra de los pasteles”. Es particularmente sangriento: “Mejicanos, tomad el acero, ya rimbomba en la playa el cañón, odio eterno al francés altanero y vengarse a morir con honor”. Nótese cómo en la primera estrofa del himno de Prieto ya aparecen el acero (la espada) y el cañón. Luego se pone gore: “…¿Dónde está, donde está el insolente? Mejicanos su sangre bebed, i romped del francés las entrañas do la infamia cobarde se abriga” (no sé a ustedes, pero a mí la letra me parece medio salvaje). Prieto era tan ultra que aplaudió la quema del iturbidista El Universal: “aquel sucio periódico era un almacén de injurias”.

En 1849 llegó a México el afamado pianista Henri Herz y la prensa liberal pedía poner letra a la música que Herz compondría. Herr Herz pedía que le llevaran las letras al cuarto 44 del hotel del Bazar (calle del Espíritu Santo, hoy Isabel la Católica). En lo que llegaban las letras, Herz compuso una marcha militar, que se estrenó en el Teatro Vergara, profusamente iluminado con lámparas de gas Cuando terminaba la marcha, que se va la luz (se acaba el gas) y entre tinieblas el público abandonó el recinto.

Ya que tuvo letra, el Himno de Herz resultó un sonoro fracaso. La música no quedaba bien acomodada a los versos.

En 1850 hubo otro himno, del joven Andrés Davis. La primera estrofa ya suena conocida: “Truene truene el cañón que el acero en las olas de sangre se tiña. Al combate volemos, que ciña nuestras sienes laurel inmortal”. Eran las metáforas de la época. Ese mismo año aparece otra composición, con letra el cubano Juan Miguel de Lozada y música de Carlos Bosha: “No más guerra ni sangre ni luto”.

Nótese cómo unos himnos eran bien guerreros y otros tiraban al pacifismo

Don Antonio López de Santa Anna
Llegamos a 1853. Antonio López de Santa Anna retoma el poder. El diario santanista El Universal publica un himno-espectáculo, casi performance. Un fracaso. En eso, al dictador se le ocurre celebrar el 25 aniversario de su victoria contra la expedición de Barradas con la convocatoria a un himno nacional.

La intención de Santa Anna era ligar al Himno con su persona y hacer de la gesta de Tampico el momento de independencia final. En otras palabras, quería acabar con la discusión de si Hidalgo o Iturbide y presentarse él como el verdadero héroe de la independencia.

Todos sabemos que don Francisco González Bocanegra ganó el concurso para la letra del himno. También es conocido que su novia Guadalupe González del Pino lo encerró en su pieza de Tacuba y no lo dejó salir hasta que acabó.
Don Francisco González Bocanegra

Se sabe menos que Bocanegra pasó 8 años de su vida en Cádiz –expulsada la familia en 1827 porque el padre era español. Y menos se sabe de los otros concursantes. José María Esteva, finalista: “Guerra, sangre, exterminio, venganza, no la paz con la afrenta comprada, que humeante fulmine la espada entre escombros la muerte doquier”.

Como puede ver, González Bocanegra era, para los tiempos, ligerito, casi pacifista. Eso no gustaba a Santa Anna. A pesar de ello, ganó el concurso.

El Teatro Santa Anna, por fuera


Santa Anna quedó insatisfecho, porque consideró que el himno de González Bocanegra se quedó corto en alabanzas.  Tampoco le gustó su carácter libertario y su llamado a la conciliación y unión nacionales. Por eso, adujo que doña Dolores Tosta sufría de migraña y no fue al estreno, en el que cantó la primadonna Enriqueta Sonntag.

El bello interior del Teatro Santa Anna



El estreno, en el Teatro Santa Anna -más tarde conocido como Teatro Nacional- fue en mayo de 1854, con música del contrabajista Giovanni Bottessini, que había ganado el concurso. No gustó. Tal fue el fiasco, que se hizo otro concurso para la música, que ganó el director de orquesta español Jaime Nunó con el epígrafe “Dios y libertad”.

La nueva versión se estrenó el 15 de septiembre. Otra vez doña Dolores Tosta se declaró indispuesta. Pero en esta ocasión fue un éxito de público y de crítica.

La letra, clamor de paz y unidad de una nación desgarrada por las luchas intestinas, pero rechazo directo a la intervención extranjera. Entre 1821 y 1854: el país había pasado una regencia, un emperador, un triunvirato, 42 presidentes y un dictador, y sufrido la pérdida de la mitad del territorio.

“¡Unión, libertad!”, pero también “Mas si osare un extraño enemigo”… que en 1854 era el filibustero Gastón Rousset, quien asolaba las costas de Guaymas.  Un canto al Ejército, pero no a sus fueros, sino al combatiente anónimo, al héroe surgido del pueblo.

En los primeros años, de guerra civil, los liberales se burlaban del himno que adjudicaban al bando conservador. 

De hecho, Bocanegra muere en 1861, víctima del tifo, adquirido mientras se escondía de los liberales en un sótano. Tras el éxito del himno, Santa Anna había contratado al pobre de Bocanegra para que cantara sus loas. Por los versos, lo hizo sin ganas, pero quedó marcado como "santanista". Por su parte, el maestro Jaime Nunó huye a Estados Unidos tras el triunfo de la Revolución de Ayutla. No regresaría en décadas.

Pero el himno corre con mejor suerte. Lo entonan los liberales y el pueblo tras la victoria en la Batalla de Puebla. Antes de salir de la ciudad de México, Juárez espera a las 6 para hacer los honores a la bandera y escuchar el himno. En Saltillo le piden cambiar, por razones políticas, estrofas al himno. Juárez ordena: “Ejecútese en su versión original”. Cuando el mariscal Bazaine exige a los soldados mexicanos firmar un acta en la que juraban no volver a tomar las armas, le responden cantando el himno.

La victoria sobre el Imperio es contra el extraño enemigo que profanó con su planta el suelo nacional. El himno es de todos.

Don Jaime Nunó
Lo extraño es que en el Segundo Imperio se reconoció como canto nacional el Himno González Bocanegra- Nunó. Por ejemplo, se ejecutó en el Teatro Principal el 16 de septiembre de 1866 “por disposición de S.M. El Emperador”… luego hubo zarzuela

Sigo con el himno. Estaba yo en el Café Chapultepec en 1901, escuchando a un quinteto de cuerdas interpretar algunas piezas de Tosca… terminado el cuarteto aplaudimos y, sorpresa, vemos que entre nosotros está Jaime Nunó. Lo saludamos y cantamos el himno a capella.

Don Porfirio había invitado al autor de la música del himno a pasar unos días en México. Le hicieron homenajes. Se tocó el himno, la orquesta dirigida por Nunó, en el Teatro Arbeu. Fue una velada emocionante.  El presidente Díaz aprovechó la visita de Nunó para pagarle los dos mil pesos de premio por ganar el concurso. Santa Anna nunca lo hizo.

En 1910, los lambiscones de costumbre, quisieron agregarle una estrofa en honor a don Porfirio, pero éste se negó ante la presión de la opinión pública

La hija de Bocanegra se hizo monja, se fue a España. Allí la encontró Amado Nervo. En el convento le cambió la letra al himno: “invoquemos, hermanas a Dios”, y lo cantaban todos los días.

Nunó murió en 1908 y en 1942 sus restos fueron traídos a México para que reposaran, junto con los de Bocanegra, en San Fernando. Por cierto, no fue hasta 1942 que se pagó a los deudos de González Bocanegra  su premio. Se le habían olvidado a don Porfirio.

Es sólo hasta ese año que el Himno Nacional se convierte en oficial. Ahí también se le “limpia” de varias estrofas. 6 de 10. Las estrofas fueron eliminadas por reiterativas o afectadas por personalismo. Ahí se fue “el guerrero inmortal de Zempoala” y el himno cristalizó en la versión que hoy conocemos y cantamos.





martes, 17 de abril de 2012

La muerte de Miroslava


Hace poco más de 57 años, el 12 de marzo de 1955,  encontraron el cadáver de Miroslava Stern, en el número 83 de la calle de Kepler, en la colonia Anzures, a unas 4 cuadras de mi casa. Al morir, Miroslava sumaba 30 años, 32 películas, media docena de amantes famosos, un historial de depresiones y un corazón destrozado. 

Dominguín y Bosé
Dice la leyenda que la actriz nacida en Checoslovaquia se retacó de barbitúricos porque el torero Luis Miguel Dominguín se había casado 10 días antes con la ex Miss Italia, doña Lucía Bosé, con todo y que le había prometido boda a Miroslava.

Cuando fue encontrado, el cadáver de Miroslava tenía una foto del torero entre las manos. En la alcoba: un libro de García Lorca, una copia de El Greco y atmósfera cañí. Como que algo no checaba..

No era la primera vez que Miroslava había intentado el suicidio. Lo había hecho a los 18 años, por otro amor no correspondido. Pero aquella ocasión falló. Todos quienes la conocieron decían que la bella mujer tenía una personalidad depresiva, además de una adolescencia difícil, que incluyó la estancia por tres meses en un campo de concentración nazi, y la revelación hecha por su padre, el doctor Oscar Stern, -para que la muchacha no fuera enviada al lager- de que ella en realidad era hija de otro hombre.

Otro trauma de Miroslava fue que su primer marido, un joven de buena familia y apellido Obregón, era -presumiblemente- gay de closet. Y ha de haber estado del cocol estar tan guapa y tan buena y el marido nanays, ¿no creen ustedes? 

Aunque... hay una leyenda urbana. 

La leyenda dice que Miroslava no se suicidó y que lo encontrado en la calle Kepler fue un montaje. Hay "mucho surrealismo" en la imagen de esa alcoba de Miroslava, dicen todavía algunos tuiteros, como doña Carmen Rogher. La verdad es la recámara estaba tan recargada, que surgió el "sospechosismo". 

Jorge Pasquel y sus estrellas
Sucede que tres días antes había muerto en un accidente aéreo, el famoso empresario enriquecido con el alemanismo, don Jorge Pasquel. muy conocido entre los fanáticoss del beisbol. Pasquel fue el promotor de la gran rebelión que atrajo a muchos jugadores de Grandes Ligas a México  y estuvo a punto de causar una crisis mayor en la llamada "gran carpa". El equipo de don Jorge eran los Azules de Veracruz... que jugaban en el DF.  Puro bigleaguer. Sucede también que Pasquel se contaba entre uno de los ex amantes de Miroslava. Dicen las malas lenguas que había que quitarle eso de "ex”. En el accidente aéreo se dijo que había siete muertos, pero se identificó a seis. El rumor popular hizo de Miroslava "la séptima pasajera".

Como ven, a las autoridades judiciales nunca les creen. Es tradición mexicana.

Otra tradición nacional es andar inventando romances más que prohibidos. Los mexicanos, como le decían las beatas al rulfiano Lucas Lucatero, somos reteinvencionistas. Rumores hablan de una supuesta relación incestuosa con su hermano, o de una relación lésbica con la vedette cubana Ninón Sevilla como causas del suicidio. El primero no tiene sustento alguno, el segundo pende de un hilo ridículo: entre las fotos de la alcoba hay una de Miroslava con Ninón, pero también con otros actores.
La compleja biografía de Miroslava y su historial depresivo apuntan a pensar en que es correcta la hipótesis del suicidio, con Dominguín como mero pretexto.

Pero no deja de tener valor literario eso de que la bella mujer se mata apenas terminando de filmar "Ensayo sobre un Crimen". Que solicitara ser incinerada, como el maniquí de ese gran criminal imaginario que es Archibaldo de la Cruz.

En cualquier caso, Miroslava Stern me encanta en esa película y en "Escuela de Vagabundos". Bellísima actriz. Y cuando voy al Super 7 con algún amigo que está de visita, le digo: "Mira, en esa casa se suicidó Miroslava". En el video, un homenaje a su vida, obra y muerte: 



Una curiosidad más. Caminamos unos pasos y nos encontramos con la embajada de su natal República Checa, que se encuentra a media cuadra de la casa de la tragedia.



martes, 10 de abril de 2012

Un mexicano en el Titanic


Primer Acto
 
En estos días se cumplen 100 años de la tragedia del Titanic, que marcó una época y que todos conocemos. La conmemoración permite recordar que a bordo del Titanic iba un mexicano: Manuel R. Uruchurtu

Don Manuel Uruchurtu
Oriundo de Hermosillo, Sonora, Uruchurtu fue normalista, abogado y político. Era diputado porfirista y muy amigo de don Ramón Corral. Su principal contribución política fue haber formado parte de la comisión que logró el reconocimiento de que el Chamizal era parte de México.

Estaba casado con una señorita de la buena sociedad de Xalapa y, para 1912, tenía 39 años y 7 hijos. Prolífico, el señor. Catrín hostigado por el maderismo, Uruchurtu viajó a Europa en febrero de 1912, para visitar a sus amigos en el exilio. Está comprobado que el diputado Uruchurtu se vio con Corral en París. Tal vez también habló con don Porfirio Díaz.

Uruchurtu había arreglado su regreso en el buque France, que partiría de Cherburgo con destino a Veracruz, el 10 de abril de 1912. Entonces que llega el diputado Guillermo Obregón (yerno de Corral y jefe político de Uruchurtu) a hacerle una oferta que no podía rechazar.Obregón  le propuso un cambalache: le daba un boleto del Titanic, que iba rumbo a Nueva York,  a cambio del suyo. A Obregón le urgía un barco directo. A cambio del desvío, Uruchurtu se la iba a pasar de lujo, en la nave que todos admiraban. Y no le iba a negar un favor al yerno de Corral.

Ese boleto era el Nº 17601 y costó 27 libras, 14 chelines y 5 peniques. Un dineral para la época. Primera clase.

A veces el destino es harto caprichoso. Don Manuel Uruchurtu estuvo a punto de perder el tren que lo llevaría de París a Cherburgo, Sucede que la noche anterior se desveló con los amigos, se acostó tarde en el Grand Hotel de París y la cruda le atrasó los planes..Pero, coincidentemente, el tren tuvo un retraso que le permitió abordarlo y llegar barriéndose al Titanic… y a su destino.

Desde Cherburgo, el 10 de abril, envió a su hermano Remigio un telegrama con el que sería su último mensaje a México: “Embárcome”

La Orquesta del Titanic
No abundaré con detalles del choque del transatlántico con el iceberg y el dramático naufragio. Ustedes ya vieron la peli varias veces (y si no, Canal 13 seguro la pasa pronto).

Uruchurtu, como pasajero de primera clase tenía acceso a un bote salvavidas. Le tocó el bote número 11 y, en medio del caos, subió. Entre gritos, imprecaciones y llantos, la Orquesta del Titanic seguía tocando los valses y ragtimes de moda.

El bote salvavidas 11 era uno de los últimos. Los pasajeros de clases inferiores luchaban con la tripulación para subirse a ellos. Entonces apareció una señora de 29 años que viajaba en 2ª clase, una dama inglesa, Elizabeth Ramell Nye, quien rogó que la dejaran subir al bote. La señora Nye dijo que tenía a su esposo e hijo en Nueva York. 

Algunos pasajeros del bote cruzaron miradas. Estamos ante ese terrible instante de decisión: ¿ofrendar la vida, la única que tenemos?  Un instante infinito.

De los hombres que estaban en el bote surgió un solo caballero: Don Manuel Uruchurtu.

El sonorense cedió el lugar a la dama, pidiéndole a cambio que fuese a México a ver a su familia y narrar lo que ahí había sucedido.

Elizabeth Nye (izq) en 1904
La señora Nye en realidad era viuda y su hijo, al igual que su marido había muerto en Nueva York. Pero sí era una mujer de palabra y viajó a Sonora para cumplir el deseo de Uruchurtu. También Mrs. Nye había llegado al Titanic de rebote. Tenía un boleto para el buque Philadelphia, pero por una huelga de los mineros de carbón la transfirieron.  

Después de cumplir y hablar con la viuda del diputado, doña Gertrudis Caraza, la señora Nye fue importante promotora del Ejército de Salvación. La dama inglesa avencidada en Estados Unidos casó de nuevo y tuvo 5 hijos, que pudieron existir debido a ese instante de decisión de Uruchurtu.

El cadáver del caballeroso diputado mexicano se hundió en las aguas gélidas del Atlántico. Nunca fue encontrado.

Intermezzo musical

"Titanic", de Francesco de Gregori, Esa canción de 1982, habla de un microromance entre una quinceañera de primera clase y un italianito de tercera clase.¿Dónde se repitió esa historia?




Esta es una de las últimas piezas que, según sobrevivientes, tocó la Orquesta del Titanic. "Alexander Ragtime Band":  



Segundo Acto

En México, por supuesto, nos enteramos de la tragedia a los pocos días de ocurrida. De Uruchurtu se supo mucho más tarde.

Mr. J,. Bruce Ismay
Los periódicos en Estados Unidos señalaban como culpable al señor J. Bruce Ismay, dueño del barco y que se subió al bote A. Contaban cómo caballeros adinerados como los señores Astor y Strauss habían cedido sus lugares e Ismay se comportó como patán.

Pero Ismay no fue el único. En ese desastre salvaron la vida 57 hombres pasajeros de primera clase, frente a solamente 27 niños pasajeros de tercera. Murieron niños y se salvaron en los botes 3 perros, propiedad de insensibles pasajeras de "Primera" con un corazón tan helado como un iceberg.

¿Dónde habían quedado los valores? ¿Dónde, la caballerosidad? Eran un espantajo. Lo que mandaba era el dinero, la clase social.

Yo encontré en la tragedia del Titanic una alegoría de lo que se estaba viviendo en México y del por qué de la Revolución. Caballeros bien educados como don Manuel Uruchurtu eran pocos; patanes con ínfulas, arrogancia y dinero, eran muchos.

Lo que se había hundido era toda una época. Ya no era cierto aquello de que una clase social superior se traducía en honorabilidad. Era una metáfora del antiguo régimen, con clases muy definidas y en la que ser de clase baja significaba discriminación y muerte.

También era el final del sueño de una modernidad que no funcionaba muy bien. El gran buque trasatlántico hundido a las primeras. Ese final del ancién regime lo vería, de manera muy dramática, Europa dos años después, con la I Guerra Mundial.

Pero había quienes interpretaban la tragedia de manera distinta. Como el cura de la Profesa. Pocos días después de que se supo lo del Titanic, acompañé a la TiaToncha a misa de 12, tras un opíparo almuerzo de los que ella suele ofrecer,..

En su homilía, el sacerdote dijo que la tragedia del Titanic se debió a la soberbia del hombre. Contaba el cura que un marinero profano había escrito en la cubierta del barco: “Al Titanic no lo hunde ni Dios”. Y, decía en su homilía, “ya ven, un iceberg, una pequeña obra de la creación, hundió al Titanic y castigó al soberbio”.

A la salida de misa, le digo a TiaToncha: “¿En qué Dios vengativo cree este hombre, que mata a 1500 para callar a uno?”



lunes, 2 de abril de 2012

Hermenéutica de La Duquesa Job



 “La Duquesa Job” es el poema más conocido de mi amigo don Manuel Gutiérrez Nájera. Es posible que con el tiempo algunas de sus partes resulten incomprensibles, de ahí que requiera una hermenéutica; es decir, de una interpretación del texto. También vale la penar contar algo de historia íntima. 



Don Manuel Gutiérrez
Un día de 1884 invité a Gutiérrez Nájera y a don Manuel Puga a comer. Yo recién había dejado la casa de huéspedes en la que viví varios años y estaba estrenando alojamiento. Yo tenía 22 años; él, 25. Tras la comida, don Manuel nos dijo que estaba muy enamorado de una muchacha llamada Marie. Le pedimos que nos la describiera. Fue haciendo un retrato de la que ella no era, de lo que sí era, de lo que hacían juntos. También, casi sin darse cuenta, retrató cambios sociales. Y todo, en maravillosos versos decasílabos.  

En dulce charla de sobremesa,
mientras devoro fresa tras fresa
y abajo ronca tu perro Bob,
te haré el retrato de la duquesa
que adora a veces el duque Job.


Don Manuel Gutiérrez Nájera, quien ya para entonces escribía en varios periódicos, tenía, entre sus muchos seudónimos, uno favorito: “El Duque Job”. Por extensión, su mujer era “la duquesa”. Bob era el inseparable perro de Puga y las fresas estaban buenísimas.

No es la condesa que Villasana
caricatura, ni la poblana
de enagua roja que Prieto amó;
no es la criadita de pies nudosos,
ni la que sueña con los gomosos
y con los gallos de Micoló.*
Gutiérrez Nájera inicia el retrato describiendo lo que no era Marie. No era una falsa condesa presumida, como las que dibujaba el gran caricaturista José María Villasana. Tampoco una vulgar china poblana. Tampoco una sirvienta de pies descalzos o una arribista a la caza de juniors de pelo engominado (“los gomosos”). Mucho menos era alguien que se atreviera a las peleas de gallos que organizaba el diputado Micoló, donde sólo iban nuevos ricos vulgarísimos. En otras palabras, la duquesa no era poser, ni naca,  ni gata, ni fresa, ni chaka, como se diría hoy.

Mi duquesita, la que me adora,
no tiene humos de gran señora;
es la griseta de Paul de Kock.
No baila "boston", y desconoce
de las carreras el alto goce,
y los placeres del "five o'clock".

“Griseta” es un término sociológico de la época. Las grisettes originales eran costureras y obreras que vestían de gris. Estas mujeres, por tener ingresos propios, podían darse libertades que otras no podían, como escoger abiertamente su pareja. Una griseta es, por definición, coqueta y ligadora, pero no es una prostituta, sino una mujer independiente, que frecuenta los ambientes bohemios. Marie no era costurera u obrera, sino empleada en una gran tienda de lujo. Paul de Kock era un novelista francés, muy popular en la época y hoy olvidado, que escribía precisamente sobre las grisetas.

Boston Waltz es el nombre que se le daba al vals americano, mucho más lento que el aceleradísimo vals vienés. Las carreras que se refiere son a las de caballos, en los hipódromos de Peralvillo y de la Condesa. El five 0’clock es, por supuesto, la hora del té.

Pero ni el sueño de algún poeta,
ni los querubes que vio Jacob,
fueron tan bellos cual la coqueta
de ojitos verdes, rubia griseta
que adora a veces el duque Job.

La referencia bíblica está en el Génesis. El patriarca Jacob vio una escalera por la que ascendían y descendían los ángeles. También vemos algo de descripción física, la reiteración del carácter de griseta y un principio de confesión de la fragilidad del amor: que adora “a veces” el duque Job.


Si pisa alfombra no es en su casa,
si por Plateros alegre pasa
y la saluda Madame Marnat,
no es, sin disputa, porque la vista,
sí porque a casa de otra modista
desde temprano rápida va.
Tras la descripción, Gutiérrez Nájera saca de paseo a Marie. Ya la vemos caminando por Plateros y saludando a Madame Marnat, que dueña de la casa de vestidos más famosa de la época (recordemos que la mayor parte de los ajuares eran hechos a mano y a la medida). Aquí el uso del “sin disputa” es para jugar con las confusiones. Don Manuel juega a que Mme. Marnat quisiera vestir a Marie, pero en realidad “sin disputa” quiere decir “sin duda”. En realidad la duquesa Job va a casa de otra modista más modesta. 

No tiene alhajas mi duquesita,
pero es tan guapa y tan bonita,
y tiene un cuerpo tan "v" lan ", tan "pschutt",
de tal manera trasciende a Francia,
que no le igualan en elegancia
ni las clientes de Hélene Kossut.
V’lan y pschutt son dos palabras que eran usadísimas en Francia a principios de los años ochenta del siglo XIX. Guy de Maupassant en algún texto se queja de que estos dos vocablos estaban asesinando la lengua francesa, porque se usaban para todo. Serían hoy el equivalente de “chido”, aunque un Gutiérrez Nájera contemporáneo sería agringado y utilizaría el vocablo “cool”. Hèlene Kossut era la modista más renombrada en el México de entonces: ni en sueños una griseta hubiera podido comprar alguna de sus prendas.

Desde las puertas de la Sorpresa
hasta la esquina del Jockey Club,
no hay española, yankee o francesa,
ni más bonita, ni más traviesa
que la duquesa del duque Job.


Esta es la frase clave del poema, porque se trata de un paseo por Plateros, de la recuperación del espacio urbano, antes hosco y hostil, por una mujer normal y por un hombre que espera su salida del trabajo. La Sorpresa era un almacén casi esquina con el Zócalo, espacio femenino, y el Jockey Club, un masculino restaurante de postín en la Casa de los Azulejos. Es como si dijéramos “de Perisur a Mazaryk”.  

¡Cómo resuena su taconeo
en las baldosas! ¡Con qué meneo
luce su talle de tentación!
¡Con qué airecito de aristocracia
mira a los hombres, y con qué gracia
frunce los labios! ¡Mimí Pinson!


Las baldosas, el meneo, el coqueteo, todos símbolos de modernidad mundana en una ciudad que va dejando el luto. El paso del botín de Marie guía el ritmo del poema. Y Mimí Pinsón, como definición final: la quintaesencia de la griseta de la belle epoque.

Si alguien al alcanza, si la requiebra,
ella, ligera como una cebra,
sigue camino del almacén;
pero, ¡ay del tuno si alarga el brazo!
Nadie lo salva del sombrillazo
que le descarga sobre la sien.


Es un elogio del tránsito de esta muchacha trabajadora en un mundo de hombres. Coqueta, pero honesta, se ensaña con quien piensa que su caminar es equívoco. La duquesa Job va camino del almacén, pero no va de compras. En realidad Marie era dependienta del almacén de Madame Anciaux, sito en la calle 2ª de Plateros.
Louise Theo

¡No hay en el mundo mujer más linda!
¡Pie de andaluza, boca de guinda,
"esprit" rociado de Veuve Clicot;
talle de avispa, cutis de ala,
ojos traviesos de colegiala
como los ojos de Louise Theo!


De nuevo la descripción física: pie pequeño, labios rojos, perfume intoxicante, belleza juvenil y unos ojos como las de una famosa cantante de ópera ligera, que se había presentado en México, en el Teatro Nacional, dos años atrás.

Ágil, nerviosa, blanca, delgada,
media de seda bien estirada,
gola de encaje, corsé de ¡crac!,
nariz pequeña, garbosa, cuca,
y palpitantes sobre la nuca
rizos tan rubios como el coñac.

Continuamos la descripción, con énfasis en la blancura de la mujer (aunque he de decir que los rizos de Marie eran tan rubios como un coñac bastante oscuro; hoy los calificaríamos de castaños). La gola era un adorno en el cuello, al estilo del que le conocemos a Miguel de Cervantes. “Crac” es el sonido del corsé de costillas de ballena al cerrarse. En esa época era fundamental tener una cinturita: 20 pulgadas (51 cm) era lo ideal para una joven. ¡Imagínense qué apreturas para llegar a esa marca!


Sus ojos verdes bailan el tango;
nada hay más bello que el arremango
provocativo de su nariz.
Por ser tan joven y tan bonita
cual mi sedosa blanca gatita,
diera sus pajes la emperatriz.

¡Ah! Tú no has visto, cuando se peina,
sobre sus hombros de rosa reina
caer los rizos en profusión.
¡Tú no has oído qué alegre canta,
mientras sus brazos y su garganta
de fresca espuma cubre el jabón!

De repente, Gutiérrez Nájera nos invita a hacerla de voyeurs con su duquesa. Nos introduce en sus momentos íntimos. El súmmum de la modernidad.


¡Y los domingos!... iCon qué alegría
oye en su lecho bullir el día
y hasta las nueve quieta se está!
¡Cuál se acurruca la perezosa,
bajo la colcha color de rosa,
mientras a misa la criada va!

Me encanta esa distinción entre la griseta y la criada.


La breve cofia de blanco encaje
cubre sus rizos, el limpio traje
aguarda encima del canapé;
altas, lustrosas y pequeñitas
sus puntas muestran las dos botitas,
abandonadas del catre al pie.


La cofia de encaje es el gorrito típico de la ropa de dormir de las abuelitas. Marie lo usaba desde joven, así era la moda. De nuevo la insistencia del pie pequeño y del botín repicador. En la época lo normal era decirle catre a las camas.

Después, ligera, del lecho brinca;
¡oh, quién la viera cuando se hinca
blanca y esbelta sobre el colchón!
¿Qué vale junto de tanta gracia
las niñas ricas, la aristocracia,
ni mis amigas de cotillón?

El cotillón es un sarao, una gran fiesta. Las amigas de cotillón de don Manuel son precisamente las niñas ricas y la aristocracia.


Toco; se viste; me abre; almorzamos;
con apetito los dos tomamos
un par de huevos y un buen "beefsteak",
media botella de rico vino,
y en coche, juntos, vamos camino
del pintoresco Chapultepec.


Nótese la existencia de cuartos separados de la pareja. Era la costumbre de la clase media para arriba, y señal de ser pudientes. También es de destacarse el tremendo almuerzo, rociado en vino rojo, nada comparable con los de hoy –y mucho menos con los “modernos”, que pecan de frugales-. El poema se resuelve en fuga y diversión hacia Chapultepec (que era entonces como ir hoy a La Marquesa), con el infaltable coche –tirado por caballos, por supuesto.

Desde las puertas de la Sorpresa
hasta la esquina del Jockey Club,
no hay española, yankee o francesa,
ni más bonita ni más traviesa
que la duquesa del duque Job.


No puedo sino quitarme el sombrero ante el poeta que hizo esta descripción de mujer en tránsito. Del modernista capaz de rimar, en un precioso poema en castellano, “crac” con “coñac”, “Pshutt” con “Kossut”, “beefsteak” con “Chapultepec” y “club” con “Job”.

Termino esta historia con un chisme íntimo. Gutiérrez Nájera abandonó a Marie. La griseta se puso tan deprimida, que intentó suicidarse al disolver cerillos en una taza de té. Lo único que logró fue una tremenda intoxicación. Don Manuel casó después con doña Cecilia Maillefert, y José Martí le dedicó a la primogénita de ese matrimonio uno de sus poemas más celebrados: “clavellín de nieve”. De la efímera Duquesa Job no supimos más. Pero su caminar por las calles de la ciudad de México resultó ser inmortal.


Gutiérrez Nájera, por su parte, está eternizado en el mural "Sueño de una tarde dominical en la Alameda", de Diego Rivera. Es el señor elegante, debajo de los globos, que se quita el sombrero ante dos damas que pasean por el parque: mujeres que -como Marie, su duquesita- empezaban a adueñarse de la calle y de la ciudad. 




















* Comenta don Héctor de Mauleón que existe la versión -sostenida, entre otros, por José Emilio Pacheco- de que los gallos de Micoló eran unos que estaban amarrados frente a una peluquería homónima. Es posible que don Manuel Gutiérrez Nájera se haya referido a ellos, pero no me imagino a mujer alguna soñándolos, y sí a algunas yendo al palenque. Igual, puede que el poeta haya jugado con los gomosos y los peluqueros.